En todo eso estaba ella pensando mientras recorrían
en tren los kilómetros que los separaban del aeropuerto, la hinchazón de su
cara ya era considerable, además se le había puesto toda la barbilla y la parte
derecha de la cara totalmente morada y aunque se aplicase maquillaje, sabía que
estaba llamando la atención.
Inevitablemente sus pensamientos volvieron a aquel
fatídico día, en el que se vio sentada por primera vez en la consulta de psiquiatría
del Hospital Clínico de Barcelona. Se veía sentada en aquella silla de plástico
en frente de Laura, una psiquiatra joven que a partir de aquel día se convertiría
en su confidente.
-Aunque todavía no te conocemos mucho, creemos que
el diagnóstico es claro. Tienes Trastorno Bipolar. Aún deberíamos determinar de
qué tipo, pero estoy segura que perteneces al tipo II por los síntomas que has
mostrado hasta ahora. Nos veremos a menudo y te recetaré una medicación para
empezar que formará parte de tu terapia.
-¿Yo? ¿Trastorno Bipolar? Supongo que sí, está
bien. Aunque creo que no tengo muy claro lo que eso significa – dijo Ona entre
sollozos porque en aquel momento no tenía fuerzas ni ganas de replicar a nadie…
Una voz la aparto de sus pensamientos. Roger le
hablaba.
-¿Estás bien?
-Si.- Contesto ella, aunque realmente como creía
Roger que iba a estar. Acababa de romperse la cara, literalmente. Eso
significaba que podía olvidarse de las dos cosas que más le gustaban en la vida
por una temporada, hablar y comer. No porque quisiera claro está, es que el dolor
empezaba a ser insufrible. Y seguía teniendo hambre, pese que después de
levantarse del suelo de esa tienda y de empezar el camino de vuelta había
conseguido parar en una panadería y comprarse un donuts blandito que le había
costado horrores poder masticar. En realidad ni siquiera lo masticó. Lo engulló
y punto.
-Solo que creo que no podre comer en una temporada
y eso no me gusta- añadió ella después de reflexionar.
Esos golpes son peligrosos
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